Las pinturas de Larroy, últimamente llenas de color, atraen por su colorido artificial. Son colores –de caramelo dice Alejandro Ratia- de neón, de feria de atracciones, de fibra óptica. En definitiva, artificiales, inventados por el hombre, o por el azar y caprichos de la ciencia. Son colores que deslumbran, que se entremezclan osadamente. Estos colores, además, van formando falsas arquitecturas. La idea previa la va desarrollando Larroy emotivamente controlada. El reposo de algunos días en el estudio le va dando impulsos para continuar. La geometría conforma una irreal arquitectura. El primer impacto de claridad lineal nos engaña y pasa a enturbiarnos la retina. No es culpa del ojo. La falta de linealidad y de contornos precisos es intencionada. Además las gradaciones de color, la combinación forzada de los mismos nos alejan y acercan, nos meten en el laberinto. Nos crean el entramado por donde entrar, o por donde salir. Así lo entiende Chus Tudelilla, cuando dice que “el proceso de creación se convierte en el tema d ela pintura, y debido a ello Larroy siente la necesidad de mostrar los diferentes sucesos que han acontecido en su desarrollo”.
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