[Texto en el catálogo de la exposición Enrique Larroy. Pinturas. Palacio de Sástago. Zaragoza,1987]

Diario del equilibrista

Juan Manuel Bonet


Enrique LarroyEn 1975, y en la Galería Daniel de la calle de los Madrazo donde se habían visto tantas obras de Gordillo, Pérez Villalta, Alcolea, Carlos Franco y otros figurativos, se celebró la primera y hasta la fecha última individual madrileña de Enrique Larroy, un pintor que hasta entonces había salido poco de su Zaragoza natal, y al que yo había conocido en la Bienal de León de 1973. Aquella muestra de Daniel reunía cuadros, banderas y montajes. Eran obras abstractas, más o menos support-surface, aunque la presencia de unos lunares casi sevillanos, y de unos flecos de alfombra, ya apuntaban a un cierto talante irónico, que la posterior evolución de su autor no ha hecho sino confirmar. Sean como fueren aquellos cuadros, banderas y montajes que hoy son poco más que un recuerdo, y que llevaban títulos del tipo Tres fases sobre bolos andaluces, Larroy dice, con su habitual humor, que yo debí ser la única persona que los vio. Algo escribí entonces sobre ellos, a favor de ellos y de su ambigua y chirriante radicalidad, en la efímera revista Solución.

A consecuencia de aquel paso por una galería que al poco tiempo cerró definitivamente sus puertas, Larroy estuvo presente, algo después, en la colectiva de Buades 10 Abstractos, exposición heterogénea aunque se pretendía de tendencia, y que marcó la llegada a Madrid de la ola de nueva abstracción iniciada precisamente en Zaragoza con la muestra de Broto, Rubio y Tena en la Galería Atenas, en 1974. Con su texto para el catálogo de Buades, el pintor se desmarcaba del tono ortodoxo empleado por la mayoría de sus colegas de sala; manifestaba -y es curioso releerle hoy, a la luz de lo que internacional y nacionalmente está de moda- su voluntad de aunar abstracción, folklore y «viejo expresionismo».

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